lunes, 26 de abril de 2010

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“Esta noche vamos a arañar un poquito el cielo”, había dicho Johnny Burning unas horas antes del concierto. Y esa fue la tónica del homenaje, un discurrir vertiginoso de estrellas con los ojos vueltos hacia el firmamento y los dedos índice apuntando en la misma dirección. “Te queremos, Antonio”, “sabemos que estás aquí”, “canta con nosotros…”, etc, fueron las exclamaciones más repetidas por los músicos. Diríamos que el homenaje estuvo bien montado, con un riguroso protocolo de actuaciones y una espléndida solución técnica a los cambios que exigía cada puesta en escena. Sin embargo, el exceso de teatralidad cerró el paso a las verdaderas emociones.
Comenzó la antigua banda de Antonio Vega con el tema “la última montaña”. Una banda de verdadero lujo: Toni Jurado a la batería, Ricardo Marín a la guitarra, Basilio Martí a las teclas y Luismi al bajo. Fue la banda base de todo el concierto, a veces en primer plano y a veces velada por interposición de una pantalla móvil en el centro del escenario. Cada invitado, cada tema, se iluminaba con un motivo diferente en la pantalla deslizante. Con Burning era un reloj inglés, con Rosario, una trama azul eléctrico, con Coque Malla un firmamento de cirros, con Enrique Morente una gigantesca imagen del ángel caído… Más de cincuenta fotógrafos, en el foso, trabajaban con una escena de fondo para cada ocasión. Mejor, imposible.
La cantante chilena Cristina Narea puso el instante de mayor recogimiento. Un piano, una luz de flexo y una voz cargada de melancolía para cantar “hablando de ellos”. Poco antes había saltado a la escena Pau Donés repartiendo claveles. Y Burning acababa de despachar “relojes en la oscuridad” con su negro rock and roll. Luego saltó Shuarma y Nacho Béjar y Aurora Beltrán y Coti… Al cabo llegaron los veteranos de La Unión para escenificar el primer tópico lastimero de la noche. Ahí comenzó la supuesta presencia espiritual de Antonio Vega en no se sabe qué rincón del Palacio de los Deportes.